Capítulo 3 - Noche de guardia









A la mañana siguiente, los rayos de sol eran más brillantes.

Puede que fuera porque había disfrutado de un sueño reparador, porque uno de mis mejores amigos había abierto su corazón hacia el otro o porque el mío ahora pesaba un poco menos al quitarse una gran preocupación de encima. Sabía que Harry era cabezota, pero no tanto como para pasar por alto lo que las dos personas en las que más confiaba en el mundo le confesaban a gritos.

Salí de la cama de muy buen humor, me vestí tarareando una alegre melodía y bajé los escalones saltándolos de dos en dos.

En la sala común me crucé con Ginny, que charlaba con Neville en susurros, y se volvió a espiarme confundida.

No era muy normal que alguien saltara o cantara en aquellos días.

Aun así, los saludé esbozando para ellos una enorme sonrisa que esperé que los deslumbrara, me encogí de hombros y seguí mi bailoteo por los pasillos, de camino al Gran Comedor.

Ron ya estaba allí, sorbiendo de un cuenco humeante.

Alzó las cejas cuando me vio llegar, aunque siguió bebiendo de él. Tragó largo y profundo, hizo un sonido de satisfacción, bajó el cuenco hasta ponerlo en la mesa y se limpió la boca con la manga de su túnica.

-Veo que has dormido bien -se me ocurrió decir, sonriéndole ampliamente.

-Lo mismo digo -replicó, aunque también dibujó en sus labios una sonrisa-. Aunque después me arrepienta por habértelo dicho, pero… tenías razón.

-¿Te sientes mejor después de haber hablado con Harry?

-Infinitamente.

-Vaya, Ron, cada vez me sorprendes más con tus dichos muggles -bromeé.

-Bueno, tampoco es como que sea algo que sólo los muggles puedan decir -se encogió de hombros, pensativo-. Lo que pasa es que los magos tienen unas frases más…

-¿Mágicas? -probé, arrugando la frente.

-Algo así -asintió-. Es como cuando me enseñaste vuestro juramento inquebrantable.

-¿El “jamás de los jamases”? -recordé, y contuve una risita para mí. Ron no debía saber que me estaba quedando con él cuando se lo conté. Solían ser unas bromas que no soportaba-. Anoche te escuché decírselo a Harry. Fuiste muy atrevido, Ron…

-La situación lo requería -dijo muy seguro, estirándose para alcanzar otro cuenco-. ¿Quieres? -me invitó.

-No, gracias -contesté, echando una ojeada a la mesa-. Creo que tomaré tostadas -opiné, mientras las colocaba en mi plato.

-Hay huevos con bacon… -insinuó, haciendo unos gestos de lo más sugerentes con las cejas.

Los miré por el rabillo del ojo. Tenían un aspecto realmente increíble.

-A la porra, ¡huevos con bacon será!

Ron se quedó callado mientras yo sopaba pan en la yema de mis huevos.

-¿Estás dándole vueltas al significado de “a la porra”? -adiviné, mientras cortaba un trozo de bacon frito y me lo introducía en la boca.

Él removió ausente su cuenco con una cuchara de madera.

-¿Es también algún tipo de extraño ritual muggle?

-Oh, es de vital importancia en la vida muggle, sí… -dije, poniendo mi cara más seria y formal hasta la fecha-. Pero es algo que no puede contarse así a la ligera. Se dice que si la historia cayera en malas manos, podría haber... heridos… -susurré en tono confidencial.

Ron abrió unos ojos como platos.

-¿Heridos?

-Ajam -asentí con gesto grave-. Además debes hacer el juramento inquebrantable para que pueda contártela. De lo contrario… -apreté los dientes y miré a ambos lados, cerciorándome de que nadie nos estuviera mirando. Entonces, le hice el gesto mágico: me pasé un dedo por el cuello.

Ron se llevó una mano a la boca, horrorizado.

-Pero el dedo por el cuello significa… -susurró pálido.

-¿Divirtiéndoos sin el apestoso de Potter? -lo interrumpió una voz que me puso los pelos de gallina.

La voz de Zabini siempre conseguía alterarme. Me recordaba demasiado a Malfoy. Como si esperara que al girarme a mirarlo, él estuviera ahí, a su lado.

Ron se irguió, hinchándose como un pavo.

-¿Matando tu tiempo libre ahora que ya no le comes el culo a Malfoy? -contraatacó.

-Cuida tus modales, Weasley. Puede que Malfoy vuelva antes de lo que esperas a poner a cada uno en su lugar -con eso lanzó una mirada hacia mí.

Aquello fue como si me hubieran pinchado con una aguja en el culo.

-Si has venido a molestar, Zabini, puedes irte por el mismo camino -traté de que no notara cómo me temblaban las manos ante la sola mención del rubio.

-No habría venido si no me lo hubiera ordenado McGonagall, dejemos eso en claro.

Me crucé de brazos.

-Soy todo oídos -habló Ron.

-Esta noche tenéis guardia. A las ocho en su despacho.

Y se fue.

-Capullo… -masculló Ron a su espalda.

Zabini le sacó un dedo.

-No ha podido oírme -se enfureció.

-Creo que lo ha hecho por pura precaución. Se habrá imaginado que le íbamos a decir de todo tan pronto se diera la vuelta.

-Chico listo…

-Esta noche guardia -repetí para mí-. Me alegra haber descansado lo suficiente hoy.

-Y que lo digas… Va a ser una larga noche -convino.

Asentí.

Harry se sentó entonces a nuestro lado, y tan pronto lo hizo vi una melena pelirroja acercarse a él.

-¿Cómo estás, Harry? -lo saludó alegremente Ginny. Se inclinó para besar levemente su mejilla.

-Puaj -protestó Ron, poniendo cara de asco-. ¿Podríais evitar hacer… eso? -arrugó la nariz-. Al menos cuando esté yo delante.

-Si te molesta puedes irte -se reveló su hermana, cambiando el gesto rápidamente. Se leía la molestia en su rostro.

Ron fue a protestar pero lo interrumpí:

-¿Has descansado, Harry?

El azabache sonrió en agradecimiento.

-Sí. No ha sido muy agradable compartir la sala con el imbécil de Zabini pero… -se encogió de hombros-. He dormido en peores sitios.

-Uhh, Elegido, suena como si te quejaras de los románticos lugares a los que te llevo -bromeó Ginny.

-Puaj -repitió Ron. Parecía estar a punto de vomitar.

Harry carraspeó.

Ron nunca había sido especialmente fan de su relación con su hermana y, aunque él trataba de actuar lo más normal posible ante su amigo, Ginny siempre se esforzaba por restregárselo por la cara.

-¿Alguna novedad? -trató de buscar un tema de conversación el moreno.

Capté el cruce de miradas entre él y su novia. Él claramente decía “déjalo” y ella le replicaba “que le den”.

Reí para mis adentros.

Ginny siempre había tenido genio. Pero tras lo acontecido el año pasado parecía haberse transformado de un inofensivo gatito a una impresionante pantera. Mi intuición me hacía creer que se creía responsable del estado agresivo-depresivo de su pareja, y por ello actuaba como una madre dispuesta a cualquier cosa por defender a su hijo. Su carácter se había multiplicado y parecía estar siempre preparada para la batalla.

Era como si se hubiera adaptado al nivel al que Harry había evolucionado. No de igual manera pero sí a la par. La agresividad de él era defensa en ella. La depresión de él era ansiedad y nervios de ella. Algo así como los polos opuestos, o los complementos. Era algo complicado de explicar. Hasta para mí.

-Esta noche tenemos guardia. Tu amigo acaba de venir a decírnoslo -soltó Ron.

-¿Amigo? -me dirigió una mirada confusa Harry.

-Zabini -mascullé.

Harry puso cara de estar conteniendo un estornudo.

-Espero nunca caer tan bajo para siquiera llegar a considerarlo un amigo -sacudió la cabeza.

Ginny le golpeó el hombro.

-Ya hablas igual que esos estúpidos de Slytherin -lo amonestó.

-En eso tiene razón -concedí, enarcando las cejas-. Nunca nos hemos definido precisamente por ser rencorosos.

-Créeme, Hermione… Ahora mismo creo que tengo tanto rencor acumulado que me da igual lo que pueda pensar de mí un miserable Slytherin. Más aún siendo quien es él.

Ron volvió el rostro hacia él.

-El amigo de Malfoy. Uno de sus mejores amigos -dijo en tono misterioso.

Ginny comprendió lo que intentaba decir.

-¿Qué propones? -se interesó, inclinándose inconscientemente hacia él.

Harry peinó el cabello de la chica, apartándole el flequillo de la cara.

-Hablaremos más tarde en la sala común. Los cuatro -expresó, para no dejar lugar a dudas.

-Entonces será muy, muy tarde -le recordé-, puesto que Ron y yo tenemos guardia.

-Cuando acabéis -dijo despreocupadamente, sirviéndose unas rebanadas de pan del cestillo-. Tampoco es que vaya a poder dormir si no os cuento esto…




-… Está prohibido rondar a estas horas por los pasillos. No es algo nuevo. Se os restará veinte puntos a vuestras respectivas casas -estaba diciendo, mirando muy seria a dos alumnos de primero que se habían escabullido en un aula vacía- e informaré a la directora McGonagall -sus rostros se contrajeron de horror. Toqué mi placa de Gryffindor para demostrarles que había restado los oportunos puntos-. Creedme que la directora no es lo peor a lo que os podéis enfrentar en este castillo, así que no salgáis de vuestros dormitorios bajo el toque de queda.

Los acompañé hasta sus respectivas torres y una vez me cercioré de que no volvían a salir, regresé sobre mis pasos.

Ron, mi compañero de guardia, se había adelantado para mirar en otras de las aulas y en los lugares oscuros mientras yo amonestaba a los niños.

Prestando especial atención a mi entorno aceleré el paso para llegar hasta su altura.

No debía estar muy lejos.

El tiempo pasaba pasmosamente lento.

Siempre era aburrido hacer guardia a no ser que algún alumno de primero hiciera alguna trastada y nos viéramos obligados a interferir y amonestarles. En realidad, eso era entretenido y llegaban incluso a divertirme sus caras de asustados. Pero con la situación actual… Preferiría simplemente estar aburrida que toparme con alumnos extraviados o escondidos dándose besos. Era demasiado peligroso… ¿No podían quedarse en sus casas? ¿Tan difícil era?

El reloj anunció que era la una de la madrugada. Media hora más y vendrían a relevarnos a Ron y a mí. Media hora más y podría averiguar qué tramaba Harry, ya que no había soltado prenda durante el desayuno. Media hora más y…

Un ruido de arrastre captó mi atención.

Me detuve en mitad del pasillo.

Paré mi respiración.

Agucé el oído.

Procedía de la sala inmediata que acababa de dejar atrás.

Un escalofrío me recorrió de arriba abajo cuando sentí aquella fría mirada.

Alguien me espiaba.

Me giré calmadamente, fingiendo hablar con uno de los cuadros que había al lado.

-No, ya los he llevado a su sala, tal como te decía… -disimulé, intentando que mi voz no sonara alterada.

-Que tenga una buena noche, señorita Granger -contestó educadamente el cuadro, que no parecía haberse percatado de la presencia de nadie más.

-Igualmente para ti -forcé una sonrisa a salir natural.

Estaba casi segura de que la puerta de esa sala se había cerrado con lentitud, tratando de que el movimiento pasara desapercibido.

Con el mayor cuidado que pude reunir, caminé de puntillas hacia la puerta.

Mi corazón latía rápido y sentía sus latidos ensordeciendo mis oídos y golpeando mis sienes.

Debía asegurarme de que no hubiera nadie. Y de haberlo… debía actuar rápido. Inmovilizar y avisar. Ese era el orden. Inmovilizar y avisar.

Inmovilizar y avisar. Me repetí.

Inmovilizar y avisar. Aquellas palabras parecían animarme a ejecutar los dos pasos que debía dar.

Abrí la puerta con cuidado, con la varita delante, preparada.

Fui sutil y silenciosa.

Mis ojos miraban hacia todas partes. No veía a nadie…

Cuando todo mi cuerpo se hallaba dentro de la sala, escuché la puerta cerrándose a mi espalda, y reaccioné volviéndome violentamente hacia ella. ¡Quien quiera que fuera se había escondido tras la puerta!

Cuando descubrí de quién se trataba, mi boca se abrió perpleja.

Vi cómo alzaba su varita hacia mí.

-¡Petrificus Totalus! -bramé.

-¡Protego! -contestó.

El haz de luz de mi varita salió disparada en otra dirección.

-¡Petrificus Totalus! -repetí, a lo que él nuevamente lo repelió-. ¡Wingardium Leviosa! -apunté hacia una de las mesas, haciendo que esta levitara y dirigiéndola furiosamente hacia él.

Draco Malfoy movió su varita para desviar el recorrido de la mesa y arrojarla contra una de las paredes.

Encanté cuantos objetos pude para lanzarlos contra él pero él los esquivaba y reorganizaba su ruta para que estos chocaran contra las paredes o el suelo.

Pasados varios minutos me pregunté por qué mi plan no surtía efecto y nadie había acudido al gran estruendo que debíamos estar produciendo.

Esquivé por los pelos una de las maldiciones que el rubio había arrojado contra mí.

Caí al suelo al apartarme y rodé por el escondiéndome tras uno de los armarios, mientras los hechizos arrojadizos y los objetos me rozaban.

-Muy hábil, Granger… -su voz me heló la sangre. Su gelidez había incrementado desde la última vez que la había escuchado-. ¿Se te ocurrió pensar que sería tan necio como para no silenciar la sala en la que me escondía después de ver cómo te parabas en el pasillo?

Mi corazón dio un vuelco.

Daba igual que gritara, daba igual que destrozara la sala entera… Nadie me escucharía.

-La sucia y estúpida Granger -escupió-. Escuchó un ruido y no pudo evitar ir a averiguar qué era… Tan asquerosa y repugnante como su sucio amigo Potter -saboreó su apellido al pronunciarlo-. ¿Sabes? Las historias vuelan… Nos hemos enterado de que el Cara-Rajada quiere morir -me estremecí ante la mención-, pero creí que tú serías más lista. Siempre has presumido de serlo.

-Lo soy -chirrié los dientes, dando un paso fuera del armario y enfrentándome a él-. Por eso mientras tú hablabas, he deshecho el encantamiento de silencio. También he usado un conjuro para activar un sonido muy agudo incapaz de escucharse por los que se hallan cerca… Pero créeme, McGonagall sí escuchará la señal que hemos acordado.

Su cara palideció.

-Siempre complicándolo todo, maldita sea, Granger -maldijo, y en un movimiento demasiado rápido, me atrajo hacia él con un aleteo de su varita y nos hizo desaparecer.

Sentí que me asfixiaba para aparecer a los pocos segundos en otro lugar. Un lugar desconocido.

Malfoy me empujó para alejarme de él y se limpió la palma de la mano en el pantalón que llevaba, asqueado ante mi contacto.

-¡¿Cómo has hecho eso?! -exigí saber.

Fingió no haberme escuchado.

Movió de nuevo la varita para amordazarme y maniatarme. Con otro, una silla apareció a mi espalda y me obligó a sentarme en ella. Mis tobillos se anudaron a sus patas. Mis manos quedaron a mi espalda.

Malfoy parecía haber aprendido a usar la magia y crear un plan de batalla en cuestión de segundos. Actuaba rápido, seguro y eficazmente.

Si no fuera porque temía por lo que pudiera suceder a continuación, me habría detenido a lamentarme por lo mal que había actuado y lo poco que había luchado por no dejarme atrapar.

Si Malfoy quería matarme, yo me había entregado en bandeja.

Sin siquiera tocarme volvió a transportarnos.

Ahora estábamos en algo que semejaba un sótano. Era oscuro, frío y húmedo. El suelo era de piedra y las paredes negras. Apenas había luz y juraría que escuchaba lamentos atormentados llegar hasta mí.

El frío trepó por mis piernas y me estremecí.

Ese frío había sido demasiado real. No era un frío cualquiera. No era únicamente la temperatura, era un… algo. Algo que pensaba y se movía. Como una serpiente. Creí sentir al mismo lord Voldemort trepando por mi cuerpo.

-Te invitaría a ponerte cómoda, pero veo que ya lo has hecho -se burló de mí, con aquel tono carente de simpatía-. Bueno, bueno, sucia y estúpida Granger… Tengo algo muy interesante que proponerte...




Espero que os haya gustado el cap.!! Pronto subiré más, gracias por leerme :D


Comentarios

Entradas populares