Capítulo 1 - La frase que Ron se negaba a escuchar


Capítulo 1 – La frase que Ron se negaba a escuchar














-Señorita Granger, por favor -se escuchó la hasta entonces para mí nunca y desde los últimos meses molesta voz del profesor Binns-, preste atención.

Aquellas palabras jamás (de los jamases) habían sido pronunciadas por un profesor antes. Era la primera vez que los labios de alguno de ellos se movían deletreando mi apellido para sermonearme por no estar atenta en clase. Obviando, claro está, a Snape. Él nunca había perdido oportunidad de amonestarme, pero estaba claro que no era una reprimenda legal y con fundamento. No, Snape disfrutaba riñéndome.

Lo más desconcertante de toda aquella situación no era en realidad la frase en sí. Lo realmente desconcertante era que el profesor Binns, (¡Binns!) se hallara increpando a alguien, cuando era más que sabido y comentado que estaba acostumbrado a que los alumnos no le hicieran el más mínimo caso. De hecho, no se sabía si era leyenda o verdad, se decía que había sido un hombre tan aburrido en vida y tenido una vivencia tan monótona y lamentable, que un día se levantó sin haberse percatado de que había muerto y simplemente fue a la escuela a dar su clase de Historia.

Tras el asesinato de Dumbledore (asesinato, no muerte, como muchos trataban de pintarlo), la profesora McGonagall había ocupado el cargo de directora. Como tal, la escuela había cambiado en grandes y relevantes aspectos: las reglas se habían vuelto más estrictas, los toques de queda, inquebrantables, las excursiones nocturnas, castigadas con duras sanciones… La protección de las murallas estaba ahora fuertemente custodiada por dementores y aurores.

A pesar de que los alumnos y profesores trataban de llevar con la mayor normalidad posible la situación que se estaba viviendo, el pánico cundía en cada rincón del castillo. Podía verse pintado en los rostros de los adultos, de los adolescentes y los más jóvenes; podías leerlo en cada aviso y anuncio que había clavado en los pasillos, explicando, prohibiendo y aconsejando sobre cómo ir a un lugar tan común como era el cuarto de baño; se olía en el ambiente, en el sudor de las manos, en los tics nerviosos de los maestros, en las respiraciones agitadas, en los gritos ahogados cuando a alguien se le caía algo y formaba un ruido sordo al caer.

La comunidad mágica tenía miedo.

Lord Voldemort estaba presente. Estaba entre todos nosotros. Y podía atacar en cualquier momento.

Yo lo sabía. Los profesores lo sabían. Todos lo sabían.

De nada servían los aurores ni los dementores, ni los toques de queda, ni la vigilancia de los pasadizos. Él, junto a todo su séquito de mortífagos, se filtraría como aire, se colaría por cualquier recoveco de así proponérselo. Nadie estaba a salvo.

Alcé el rostro hacia el profesor, que suspiró, resignado.

“Vaya” -puse a mi pensamiento un toque divertido-, “un fantasma que suspira”.

De algún modo, pensé que él era egoísta por no poder morir y tratar de hacerme entrar a mí en razón. No gozábamos de la misma ventaja.

Tras unos segundos en los que pareció estar debatiendo algo internamente, regresó a su habitual posición inmóvil frente a la pizarra, sosteniendo un viejo libro en una de sus manos y sin despegar los ojos de él.

La sirena, al fin, tras minutos larguísimos e interminables, sonó, ineludible. Su potente chillido me sacó de mis pensamientos, y los pupitres comenzaron a chirriar mientras los alumnos se movían sobre ellos, maniobrando para sacar sus piernas.

Recogí mi pluma, el tintero, el cuaderno donde había garabateado algunos conceptos que ya no recordaba y el libro que ni siquiera me había molestado en abrir. Lo guardé en mi mochila y seguí en silencio a mis compañeros de Gryffindor y Ravenclaw.

-Vaya tostón de clase -resopló Ron, caminando con gesto cansado.

-Y que lo digas… -convino Harry, sin mucho ánimo y con aquellos ojos verdes fijos en algún lugar lejano.

Harry siempre parecía estar viendo algo que nadie más era capaz de ver.

Mi amigo había cambiado bastante de actitud. Desde que Dumbledore fue asesinado ante él, su personalidad había sufrido una sacudida (cosa que era más que comprensible). Se había vuelto más frío y directo, desprovisto de miedo o incluso respeto. Le daba igual enfrentarse a sus compañeros o contestar a los profesores.

Harry estaba enfadado con el mundo.

Se había tornado callado, ausente y distante. Cuando mantenías unas conversación con él, pocas veces distaba de la lista de cosas horribles que les haría a Snape o a Malfoy si los tuviera delante en ese preciso instante.

Comenzó a farfullar algo por lo bajo y dejé que mi mente volara hacia cosas más agradables, pues estaba segura de que Harry comenzaría a hablar de tripas, de sangre, de violencia explícita y muchas otras torturas.

Pensé en lo hermosa que se veía la nieve adornando los terrenos del castillo, en lo agradable que recordaba el tacto de las plumas de Buckbeak cuando rozaban mis dedos, en la risa suave de Sirius, en el roce algodonado de Crookshanks ronroneando por mis pies, el arrullo de las lechuzas en lo alto de la Lechucería, la sensación de pisar la hierba húmeda, de abrir un libro nuevo y oler sus páginas…

Había muchas cosas hermosas y únicas que quería conservar así, enfrascarlas y mantenerlas intactas por toda la eternidad. A menudo había pensado y estudiado la forma de cómo hacerlo, de cómo embotellar cosas simples y tan profundas como aquellas. Me habían dicho que no existía tal cosa. Harry y Ron me habían tomado por loca, pero… existía un Pensadero. ¿Por qué no un almacenador de sensaciones? ¿Por qué guardar un recuerdo cuando podía guardar el sonido de una risa, o el tacto de un beso?

-Hermione… -masculló Harry, algo molesto-. ¿Me estás escuchando?

Le dirigí una mirada de disculpa que no fingí. Parecía estar hablando de algo importante.

-No, Harry, lo siento -no iba a mentirle-. ¿Decías…?

-Necesito hablar con vosotros -repitió, señalándonos a ambos con un gesto de la cabeza-. Con los dos. A solas -añadió tras una breve pausa.

-¿De qué se trata? -se inquietó Ron, visiblemente intranquilo.

No dudé ni por un instante en que a Ron le rondaba lo mismo por la mente que a mí: Harry nos iba a contar con pelos y señales cuáles eran los próximos pasos a dar para encontrar, seguir, espiar, cercar, arrinconar, secuestrar, extorsionar y posteriormente matar a Snape y Malfoy.

Me vi en la obligación de interceder por el bien de nuestra amistad.

Sabía que Ron a veces era demasiado cobarde para delatarse. Sobre todo, después de que en cuarto curso se había distanciado de su amigo y optado por no creerle en ningún momento, ni cuando éste le aseguró que él no había sido el que había echado su nombre al Cáliz de Fuego ni cuando Harry le había confiado que Voldemort estaba vivo. Ron había creído que había sido una treta del moreno para ganar fama y reputación. Desde aquella reconciliación, tensa y tras varios meses de extrema incomodidad, Ron se había tomado con mucha calma el llevarle la contraria a Harry.

-Harry, no creo que… -traté de decir.

Harry me lanzó una mala mirada.

-No necesito que estés todo el día dándome la lata con eso, Hermione -pronunció mi nombre con excesiva frialdad, de un modo en que nunca pensé que se lo escucharía decir.

Fue tan imprevisto para mí que me detuve en mitad del pasillo sin percatarme de ello.

Alguien chocó contra mí con fuerza y se me cayeron las cosas, formando un gran revuelo.

-¡¿Es que no ves por dónde vas, imbécil?! -el grito de Harry, seguido por el puñetazo que impactó sobre el pómulo izquierdo del chico que había a mi espalda, fue más rápido que mi intención de comprender lo que estaba ocurriendo alrededor.

Todo sucedió demasiado deprisa.

Me volví para contemplar cómo Harry y un chico de Slytherin, a quien en ese momento no reconocí, rodaban por el suelo, golpeando a diestro y siniestro, provocando una oleada de vítores, aplausos y silbidos, palabras de euforia y júbilo, ánimos y advertencias. La sangre salpicó el piso, las túnicas de los que se hallaban más cerca del espectáculo y hasta mis pertenencias. Pronto el suelo que había a nuestros pies se llenó de huellas de zapatos ensangrentados y el estruendo atrajo a profesores y prefectos que trataban de hacerse cargo de la situación.

Ron me sacudió por el hombro con gesto serio y corrió a unirse a los prefectos de las otras casas.

Claro, se esperaba que yo también hiciera algo al respecto, como responsable de Gryffindor.

Caminé hacia adelante, repitiendo las mismas palabras que escuchaba a mis compañeros:

-Marchaos a vuestras habitaciones, aquí no hay nada que ver. Vamos, largo de aquí.

La profesora McGonagall había inmovilizado a ambos con un encantamiento y se hallaba lívida, exigiendo explicaciones de lo sucedido a los profesores más cercanos a ella, pues tanto Harry como (oh, mierda, lo acababa de reconocer) Zabini no parecían estar por la labor de ayudarle a descubrir lo ocurrido.

Me deshice del resto de rezagados, amenazándoles con restar puntos a su casa si no se marchaban, y entonces me atreví a dirigirles una mirada a mi amigo y al Slytherin.

Ambos se hallaban en una situación lamentable. A Harry le faltaba un mechón de pelo del flequillo, se le habían partido las gafas (las cuales sujetaba la profesora McGonagall entre sus dedos llenos de sangre también), tenía un ojo hinchado con muy mal aspecto y llevaba un corte en la mejilla.

Zabini, por su parte, se hallaba sujetándose la nariz, que no paraba de sangrarle y parecía estar rota, llevaba el labio rasgado y el pómulo considerablemente enrojecido. Aquel moretón le duraría bastante.

-Vayan a sus casas a restaurar la paz -ordenó ásperamente la profesora Hooch, dirigiéndose hacia mí y el resto de prefectos.

Pude escuchar de fondo a McGonagall gritando:

-...¡Intolerable! ¡Jamás, en el tiempo que llevo en Hogwarts, se ha visto una situación como esta que ustedes dos han…!

-Harry la ha liado -me susurró Ron de camino hacia nuestra sala común.

No dije nada, aunque asentí brevemente.

-Se le ha ido la cabeza del todo -prosiguió-. Está fuera de sí.

-No haces mucho si nunca le llevas la contraria, Ron -obvié-. Quizá necesita que alguien cercano a él (y que para variar no sea yo) le diga que puede que se esté equivocando en algo.

-Eso sólo lo pondría en mi contra -replicó, moviendo la cabeza a uno y otro lado.

-¿Entonces está en mi contra? -inquirí, enarcando las cejas y volteando el rostro para que pudiera observar mi expresión.

-Un poco… -admitió.

Me encogí de hombros.

-Si quiere estarlo yo no puedo hacer nada. Harry me preocupa, y si creo que está haciendo algo que es malo para él o perjudicial para su futuro, se lo voy a decir. Aunque no quiera volver a hablarme -le expliqué, tratando de no perder la calma-. ¿Es eso lo que te da miedo, verdad? ¿Que no vuelva a hablarte?

Ron se encogió como si le hubieran herido.

-Te equivocas…

Volví a alzar las cejas, indicándole que guardaría silencio hasta que él prosiguiera.

-O sea, en parte sí, pero… No sé. No puedo saber por lo que está pasando, y tú tampoco, Hermione. Nosotros hemos perdido a Dumbledore, un director que ha sido un amigo en muchas ocasiones para nosotros, pero él… él ha perdido casi a un tío o padre o lo que quieras llamarle. Y además, no es sólo que lo haya perdido, sino que además, lo presenció. Vio quién le arrebató la vida. Es… Es algo difícil de explicar -se excusó, algo alterado.

-Sé lo que estás diciendo, Ron. Yo pienso lo mismo que tú -convine-. Sí, Harry ha perdido mucho más que tú y que yo, pero no por eso tiene la excusa o el pretexto de poder hacer lo que le dé la gana -contrapuse-. El dolor no puede ser usado como medio para el asesinato, el odio o la violencia. Lo único que él va a provocar es que una muerte sea el desencadenante de otras más.

En ese momento fue Ron el que elevó las cejas.

-Quiero decir -traté de expresarme-, que él piensa que irá tras Snape y Malfoy y los matará, y saldrá victorioso, y punto final de la historia. Pero no, Ron, no es tan simple. Hay muchos peros y muchos porqués, y él debe barajar y poner en la balanza todas y cada una de esas posibilidades. De hecho -insistí, deteniéndome a tomar aire antes de proseguir hablando-, hay mucha probabilidad de que su plan se quiebre, se vuelque y quede completamente al revés, y que los perseguidos pasen a ser sus perseguidores…

Ron abrió unos ojos como platos.

-¿Cómo te sentirías al saber que Harry ha muerto por tu incompetencia? ¿Por no haber sido capaz de decirle que no todo era tan feliz como él lo pintaba y que quizá debería plantearse hacer las cosas con más tranquilidad y menos guiado por su sed de venganza? -lo acusé, señalándolo con un dedo nada amistoso-. ¿Cómo te sentirías si fueras tú quien cargara con la muerte de Harry en su cabeza? ¿Y si hubieras podido evitarlo? ¿Y si hubiera bastado con hablar con él y frenarlo, con mostrarle otras salidas de esa callejuela que él confunde con un callejón sin salida, donde él ve paredes y tú puedes abrirle una trampilla?

Ron dudó.

-Pero él no lo dice en serio… -titubeó.

E hice algo que quizá fue decisivo en aquel entonces.

Me acerqué a él y lo tomé por los hombros, sin ser agresiva pero con dureza, y enfrenté su rostro al mío, apoyando su frente junto a la mía, clavando mi mirada en él:

-Ron, Harry nunca ha dicho en su vida nada tan en serio.

Guardé silencio mientras mi amigo asimilaba cada una de aquellas palabras. Poco a poco, el conocimiento, la angustia y el agobio se fueron evidenciando en su expresión.

Su respiración se agitó y soltó un chorro de aire caliente que entró por mis labios.

-Es más -bajé la voz, convirtiéndola en un susurro-, Harry va a morir.

Ron hizo un ruido como si se estuviera ahogando. Trató de apartarse de mí, pero no lo dejé. Apreté con fuerza mis manos en sus hombros y presioné con mayor firmeza mi frente contra él.

-Debes escuchar esto, Ron, porque es necesario, porque debes finalmente comprender.

-No… No digas eso, Hermione, no lo hagas…

-Para, Ron -traté de detenerlo.

Él se removió nervioso.

Si hacía un poco de fuerza, se soltaría. Yo no era lo suficientemente capaz de retenerlo.

-No…

-Ron…

-Suéltame, Hermione… -me pidió, visiblemente alterado. Su rostro se había vuelto de un blanco violáceo, como si se estuviera asfixiando.

-Espera, Ron, tienes…

-Hermione…

-Ron, escucha…

-Señorita Granger -la profesora Sprout nos sorprendió a ambos, que dimos un salto y nos separamos de golpe.

Maldije por lo bajo.

-¿Sí, profesora Sprout?

-La profesora McGonagall quiere verla en su despacho -me indicó-. De hecho, a ambos -señaló a Ron con un gesto.

-Vamos enseguida, profesora -hablé por boca de mi compañero, que seguía petrificado. Parecía una figura esculpida en hielo.

Ella comenzó a andar sin decir nada más, esperando que la siguiéramos.

Tiré de la manga de la túnica de Ron para que reaccionara, y dio unos torpes pasos para reanudar la marcha, aunque caminó en todo momento a mi espalda, sin intención por situarse a mi lado.

Anduvimos en silencio hasta el despacho de la directora, que yo hasta entonces había conocido siempre como el despacho de Dumbledore.

La profesora Sprout nos sostuvo la puerta abierta para que pasáramos.

Ni siquiera nos recibió con un saludo.

-¿Qué ha pasado? -nos increpó, con una mirada tan furiosa que me sentí como si hubiera sido yo la que había golpeado en la mejilla a Zabini.

El estómago me dio un vuelco.

“¿Y ahora qué?” -maldije-. “Mi amigo está antes que todo lo demás, pero…” -me mordí el labio con nerviosismo-, “encubrirle ahora hará que quede impune, y por lo tanto, prosiga con esta locura, pero… Por otra parte, Harry ya está siendo castigado día sí y día también, y no parece importarle lo más mínimo… ¿Qué debo hacer, maldita sea?”.

-¿Y bien? -exigió la profesora McGonagall, irguiéndose un poco más desde su posición.

Cambié el peso de mi cuerpo a la otra pierna, indecisa.

Había abierto la boca, sin tenerlas todas conmigo, cuando Ron se me anticipó:

-Harry ha golpeado a Zabini -escupió.

McGonagall pareció tanto o más impresionada que yo.

-¿Cómo dice, señor Weasley?

-Fue Harry -dijo con claridad, para que no hubiera posibilidad de error-. Harry golpeó a Zabini.

McGonagall desvió la mirada hacia el cuadro en el que estaba la fiel imagen de Dumbledore, quien no había abierto la boca desde que entramos pero sí nos observaba con atención por encima de sus gafas de media luna.

-Como me temía… -la escuché murmurar.

Se entretuvo unos segundos contemplando la expresión del rostro del ex director, apenas lo suficiente para decir:

-Está bien, pueden irse.

Ron y yo nos miramos de hito en hito.

-¿No quiere saber lo que pasó? -me atreví a preguntar, extrañada, aunque no esperaba una respuesta.

McGonagall me la brindó:

-No me importa por qué Harry golpeó a Zabini, sino el hecho en sí de que Harry haya golpeado a Zabini. Nada cambiará mi opinión al respecto -añadió severamente, y sus labios se unieron en una delgada línea.

Ron tragó saliva costosamente.

-¿No irá a expulsarlo, verdad, profesora McGonagall?

-Lo que yo haga no es de su incumbencia, señor Weasley. Tomaré las medidas oportunas -espetó-. Las que haga falta -recalcó-. Pueden irse.

No era aconsejable que lo repitiera una tercera.

-Oh, y… Señorita Granger, no olvide sus pertenencias -hizo un movimiento con la mano hacia un punto apartado de su despacho, sin obsequiarnos con una sola mirada más.

Recogí mis cosas, ahora ya sin sangre.

Ron y yo salimos de su despacho sin decirnos nada el uno al otro hasta que estuvimos bastante alejados.

-Y bien… Estarás contenta -rompió el silencio él.

-¿Disculpa? -me asombré.

-Si expulsan a Harry será por mi culpa -dijo ofendido.

-No, Ron, si expulsan a Harry será porque él se lo ha buscado -repliqué, tras comprender el divagar de sus pensamientos.

-Ah, entonces admites que no te importa si lo expulsan.

-¡Por favor, Ron! -exclamé-. ¿Cómo no me va a importar si expulsan a uno de mis mejores amigos?

-Es lo que parecía que estabas diciendo hace un minuto.

Lo señalé con un dedo.

-Jamás -gruñí-. Jamás vuelvas a decir eso. Yo no quiero nada malo para Harry. Lo único que te he dicho es que necesita que alguien le pare los pies, pero obviamente no quiero que le expulsen.

-Ya nada importa -dijo horrorizado, llevándose ambas manos a la cara-. Se enterará que la profesora Sprout nos llamó al despacho de McGonagall, y sabrá que he sido yo el que dijo que había sido él…

-Vamos, Ron, no exageres -suspiré-. No va a pasar nada de eso.

-¿Y cómo lo sabes? -regruñó.

-¿No es obvio? McGonagall intentaba meterte miedo para que actuaras con más firmeza y autoridad con Harry. Saltaba a la legua. Aunque no lo creas, McGonagall quiere mucho a Harry. Intentará ayudarlo… Buscará una solución -dije esperanzada. Eso sonaba muy a la profesora de Transformaciones que era capaz de convertirse en gato.

Ron pareció algo más animado.

-Tienes razón. Me estaba preocupando por nada.

La sonrisa que había comenzado a dibujarse en su rostro se esfumó al contemplar mi expresión.

-En realidad, no ha sido por nada -negué-. Hay algo que necesito que comprendas.

-Ya vas a volver a empezar… -se enfadó, arrugando la frente y cruzándose de brazos, en una expresión que recordaba haberle visto hacer desde que éramos pequeños, desde que teníamos once años y él no soportaba estar a mi lado.

-Es necesario.

-¿Qué es necesario? ¿Quieres que esta noche no duerma, Hermione?

Aquella frase, no supe por qué, logró encenderme alarmantemente. A día de hoy me paro a pensar en ello y no considero que Ron tratara de ofenderme ni molestarme, pero simplemente, prendió la chispa.

-¿Consideras preocupante no poder dormir por una noche, Ronald? ¿De veras eso es lo que te preocupa? -me envalentoné-. ¿Sabes acaso, o te preocupa el hecho de saber cuánto tiempo llevo yo sin poder dormir en condiciones? ¿Sabes que me autohechizo para poder descansar lo suficiente por las noches y así rendir en las clases del día siguiente? Llevo meses sufriendo de insomnio, además de otros muchos problemas que estoy tragándome por mi cuenta para no tener que molestarte a ti con los tuyos, porque si no te has dado cuenta, Harry siempre habla de matar mortífagos, tú siempre hablas de que Harry siempre habla de matar mortífagos, pero… ¿y yo? ¡¿Qué digo yo?! Me paso el día escuchándoos a los dos decir cada vez peor sandez y me veo en la obligación de sermonearos, amonestaros y tratar de frenar las locuras que queréis decir o hacer, pero ¡¿y yo qué?! ¡¿Con quién me desahogo yo, si mis amigos siempre están ocupados hablando de sí mismos?! -rugí. Para cuando terminé de hablar, me di cuenta de que llevaba un tiempo sujetándolo por las mangas de su túnica y lo había zarandeado y hablado demasiado cerca de su cara.

Lo solté con brusquedad, más por la vergüenza de haberlo hecho que por sentirme asqueada por él.

Mis nervios estaban por las nubes.

Hacía mucho que no le expresaba a nadie lo ansiosa que realmente me encontraba, lo mal que me estaba sentando aquella situación.

No quería admitir ante nadie que NO sabía manejar aquello.

Era demasiado vergonzoso. Demasiado humillante.

Hermione Granger, la persona, la alumna, amiga, compañera brillante, que siempre sabía qué hacer y cómo resolver los problemas de todos, se había quedado sin tinta, no sabía por dónde proseguir.

Y para colmo, mis dos mejores amigos no estaban dispuestos para mí como yo sí estaba para ellos.

-Hermione, yo… Vaya. No pretendía… -Ron estaba azorado.

-Déjalo, Ron. No quiero tus excusas. Cuéntaselas a Harry -le increpé-. O mejor, ¡quédatelas! ¿Porque sabes qué? Dentro de poco, quizá ni siquiera Harry esté. ¿Te digo por qué? Porque Harry no va a morir. ¡Harry quiere morir! Y si de verdad te consideras su amigo, y tienes intención de ayudarle, haz algo ya antes de que sea demasiado tarde y se hunda en el pozo de amargura en el que se halla.

“Quizá él aún esté a tiempo de salvarse” -estuve a punto de añadir, aunque sonó demasiado dramático en mi mente y lo omití. Demasiado hasta para mí.

Y dicho esto, aceleré el movimiento de mis piernas y lo dejé atrás en un par de zancadas.

No tenía ganas de seguir hablando con él.

Necesitaba paz, y calma. Estar sola.

Me cambiaría la ropa ensangrentada por una limpia, me ducharía y leería algo de interés antes de bajar al Gran Comedor a cenar. Si veía que no tenía apetito, iría directamente a la Enfermería a visitar a Harry. Lo que menos quería era que se sintiera solo después de lo que acababa de pasar.

Estaría ahí para Harry.

Aunque no hubiera nadie para mí.




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